Ahí estábamos los dos. Como un cuadro colgado en alguna pared de alguna extraña casa, quizás en alguna habitación, o en la sala de estar junto al fuego. Ahí estábamos, como la escena romántica de alguna película tonta de amor. Como alguna imagen que queda grabada tu mente al leer una novela romántica que la encontraste por ahí, entre tus libros viejos.
Éramos dos, o quizás tres, porque siempre hay terceros, pero eso parecía no importar. Porque después de tanto, al fin, creíamos ser dos. Unidos. Con tu panza y mi panza rozándose. La cama desordenada y nuestra respiración agitada. Y ahí quise el control. Quería tocar stop y detener el tiempo en esa escena, rebobinarla y verla mil y una vez. Te quería, quería todo de vos, todo para mi. Así de egoísta. Porque odiaría que otra te toque como lo hago yo y que tenga esos labios que son solo míos.
Tu espalda desnuda. Tocabas en la guitarra alguna bella canción que conocía pero que no sabía cual era. Y el velador dibujándote. Ese momento efímero lo volvería eterno.
Da pánico estar vulnerable, nunca nadie me sonrió así.
Estoy atrapada en este laberinto sin salida, y no sé si quiero salir. Estoy atrapada en vos.
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