Ding dong.
Sala de espera llena de caras largas.
Anuncian nombres y apellidos y el terror de que uno de esos sea el mio me invade.
Mi corazón se de tiene.
Me levanto casi temblorosa como aferrándome a los apoya-brazos y queriendo que me retengan y no me dejen ir.
Camino y siento como si cada pisada pesara una tonelada,
como si en cada paso dejara mis ganas.
El pasillo se me hace infinito y cuando doy con la puerta 8 mis pies se detienen,
se pegan al suelo.
Cuando por fin entro me espera ahí sentada,
con su sonrisa falsa, sus peluca dorada y su maquillaje corrido.
Un escritorio, una camilla y la odiosa balanza.
Me hace pasar con una sonrisa mostrándome sus colmillos.
Luego pienso que muchas quieren estar en mi lugar,
ponerse las pilas y hacer lo que yo.
La diferencia, es que ellas lo harían porque quieren, yo en cambio, lo hago obligada.
Tal vez tendría que aprender a dejar ayudarme.
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