domingo, 9 de septiembre de 2012

El orégano.

La historia de cómo supe que no quería estar más con mi ex.



El sábado en que festejé mi cumpleaños, tomó bastante y comió una camionada de golosinas, chizitos, sanguchitos, pizza, salchichitas y todas 

esas cosas que suelen haber en las fiestas. Cuando todos los invitados se fueron se quedó dormido. Al rato decidió irse. Se despidió tiernamente con un piquito en la puerta. Cuando me sonrió vi que tenía un orégano entre los dientes.


Al día siguiente yo tenía que internarme a estudiar porque rendía ese lunes, pero igual me llamó para decirme que estaba muy enfermo, que por favor fuera a visitarlo porque le dolía muchísimo la cabeza y la panza, y necesitaba verme aunque fuera un rato.

Así fue como me apiadé y a las siete de la tarde tomé el colectivo que una hora después me depositaría en casa de mi chico. En el viaje iba tratando de estudiar, cosa que no es nada fácil de hacer en el micro: las rayas de resaltador me salían chuecas, perdía el hilo de la lectura y tuve que darle el asiento a una viejita.

Finalmente llegué a la casa del enfermo. Esperaba prepararle un cachamai, hacerlo sentir bien. Esas horas de estudio que estaba perdiendo verdaderamente valían la pena.

Toqué el timbre. Me abrió la puerta.

Tenía la barba crecida y un insoportable aliento a alcohol digerido.

Supe que no quería ser más su novia cuando sonrió tratando de darme un beso, y vi que todavía tenía el orégano entre los dientes.


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